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Vicenta, un cortometraje de Sam


María Lorenzo Hernández


Miquel Guillem


Universitat Politècnica de València

Goya / Sam / stop motion /

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La animación española en stop-motion tiene razones para estar de enhorabuena. Cada año se realizan más películas con esta técnica, y su calidad poco tiene que envidiar a los trabajos de la factoría inglesa Aardman u otros representantes del género, como el galés Barry Purves, o el americano Will Vinton, máxime si consideramos que están realizados con medios algo más que domésticos. En España, algunos de sus representantes actuales más notables son el tándem Anna Solanas-Marc Ribas (Les bessones del carrer de Ponent, 2010), la pareja formada por Virginia Curiá y Tomás Conde (El soldadito de plomo, 2008), el veterano Pablo Llorens (El ultimátum evolutivo, 2010), y desde luego, Samuel Ortí, Sam, que desde 2003, con el estreno de su cortometraje Encarna, no ha dejado de ofrecer películas de una extraordinario relieve narrativo, técnico, y sobre todo, caracterizadas por la voluntad de hacer reír a carcajada limpia. Vicenta (2010), “la primera película de Re-Animación en Stop Motion”, tal como se anuncia, es la última creación de Sam realizada desde la valenciana Conflictivos Productions, que desde su estreno internacional en el festival CICDAF de China, el pasado agosto, no ha dejado de acumular premios: Premio del Jurado en CICDAF, Mención del Jurado en el Festival de Sitges, II Premio del Festival de Animación de Córdoba – Animacor, Premio del Público en Cinanima (Portugal), etc. La película, de 22 minutos de duración, es la tercera de una exitosa saga de mediometrajes con la que Sam rinde tributo al cine clásico de terror, a través de la expresividad de la plastilina: El ataque de los Kriters asesinos (2007) fue nominada al Goya al Mejor Corto de Animación; asimismo, The Werepig (2008) hace un guiño a la leyenda del hombre-lobo y a La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, Tobe Hooper, 1974). Por su parte, Vicenta rinde explícito homenaje, en forma de sainete castizo, a la mítica Frankenstein (James Whale, 1931), así como a Re-Animator (Stuart Gordon, 1985), aunque también se puede apreciar cierta melancolía por el Tim Burton de los primeros años (Frankenweenie, 1984).

 

 

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